Santiago
Ortega

Artista visual

Fotografía: Mtro. Jorge Arzate

Trayectoria

Los Asombros del Agua

Acerca de su obra

Jorge Pérez Escamilla
Cctubre de 2024

“Los asombros del agua”

Si bien el 13 de agosto de 1521 cayó México Tenochtitlan, la derrota mexica implicó mucho más que un cambio en las formas de gobierno y administración de un territorio: significó el comienzo de un proceso de resignificación y reescritura de un mundo que, de tan íntimo y cíclico para unos, devino en una impostada amenaza misteriosa para los otros, los europeos. En 1533, poco más de una década después, se fundó el Colegio de Santiago Tlatelolco donde, erigido con las piedras de los viejos templos, se levantó uno de los pilares para la preservación de la memoria y generación de nuevos conocimientos en el hibridado territorio recientísimo. Allí los tlacuilos tuvieron que reaprender a mirar el mundo —su mundo— desde una óptica que no era ya la propia. Aprendieron técnicas, para ellos nuevas, con la encomienda de representar lo devastado y hacerlo comprensible —lejano y, por tanto, mítico— para las nuevas generaciones de unos y otros. La guerra de imágenes comenzó.

Desde entonces, a veces con cercanía, otras con distancia, como esos tlacuilos hemos aprendido a mirar el mundo desde los referentes culturales aprendidos e importados desde occidente. Lo contemplamos envueltos en la extrañeza y naturalidad de quien mira a lo largo de décadas el desecamiento de un lago, de un río.

El trabajo de Santiago Ortega Hernández, a ese respecto, nos invita a mirar con familiaridad esos procesos asombrosos. A través no sólo de sus imágenes, sino también de sus formatos, propone una serie de escenas que recrean a partir de lo natural una serie de territorios perdidos. Ya sea por el agotamiento de una cultura e incluso por la devastación ecológica, sus grabados permiten habitar una vez más —aunque se trate de una primera vez— esos universos recién descubiertos por tlacuilos y mirones, ya fueran religiosos, militares, seculares, todos absortos por el reconocimiento de lo que no pudieron ver.

El trabajo de Santiago Ortega, con esa naturalidad, nos enfrenta a través del grabado a esa síntesis de tiempos, de historias, de seres que al paso del tiempo se van volviendo míticos para justificar su preservación en la memoria. Vemos sus peces, sus alegorías, como si hubieran estado allí siempre, como si no fueran producto del arduo trabajo del artista que durante días, semanas, recrea detalladamente —primero tallando en la madera, después cuidando las impresiones en el papel— esos mundos tan próximos como fantásticos.

Vemos en su producción la historia y sobrevivencia de ciertos imaginarios, esa constante guerra por persistir que deviene en asombro. Vemos el paso del tiempo, de la historia, como producto de un proceso natural y lo aceptamos como lo hacemos resignadamente con el fin de la infancia o la caída de un imperio. Historia e intimidad se funden en la mano del grabador para que el espectador pueda revivirla en el eterno presente de la exposición.

La obra de Santiago Ortega, sensible y erudita, abre posibilidades de contemplación lúcidas e inquietantes si se ve con detalle. En sus grabados la muerte pierde su cualidad moral, dolorosa, y se vuelve retrato; lo onírico se torna égloga y lo natural alusión al devenir de la tradición artística. El asombro se transforma en regla, en canon que articula esta colección de imágenes.

“Sobre el trabajo de Santiago Ortega”

El trabajo de Santiago Ortega incide, investiga decididamente sobre los distintos planos que componen a sus imágenes: al aspecto técnico le continúan las investigaciones iconográficas que despliegan de manera contemporánea un imaginario ancestral: la fauna vertida en el Códice Florentino. Capa sobre capa, sus obras recomponen imágenes que han nutrido a la cultura visual mexicana desde el siglo XVI. De cierta manera recrea la extrañeza de los tlacuilos, de aquellos artistas nativos que se enfrentaron de manera drástica a la representación de las distintas especies naturales a partir de las técnicas europeas.

La obra de Santiago Ortega nos enfrenta al reconocimiento del mundo, de su desconcierto, a través de un arte que mixtifica técnicas, imaginarios y tiempos. Su trabajo nos permite revisitar ese atlas de lo natural con una sorpresa moderna, pero sin ingenuidad. Todo lo contrario: sus composiciones demuestran un dominio de su arte, mismo que contribuye a generar escenas complejas, eruditas y sensibles. Su arte, me atrevo a decir, implica de cierta manera una vuelta de tuerca al surrealismo, ya que el yuxtaponer los planos, profundidades y colores, atiende a una resignificación de una memoria dada y, en esa medida, del mundo. Propone imágenes no oníricas sino abstractas, de cierto modo fragmentadas donde el cúmulo de partes apela a una composición multifocal. Sus formatos circulares me remiten, en lo personal, a una mirilla a través de la cual espiamos a lo natural; a lo natural que no es sino artificio: construcción crítica que desmantela y reordena el devenir de una serie de tradiciones que encuentran una vez más consecución en las imágenes que abre a la mirada del espectador. En esa medida, el de Santiago Ortega es un arte que busca devolverle la mirada a quien lo mira: detrás de esa mirilla hay una obra viva que también busca resignificar a ese otro incidiendo en su memoria y sensibilidad histórica.

Jorge Pérez Escamilla Julio de 2021

Gloria Hernández Julio de 2013

“Entre aguas turbulentas”

A primera vista,  la obra gráfica de Santiago Ortega se nos presenta con una gran solvencia artística, por sus composiciones, por sus juegos tonales, por su temática, por sus valores estéticos; pero más allá de la complacencia que nos causa su trabajo, éste es el reflejo de un proceso de investigación artística minucioso.

En su infancia creció en un medio rural, escindido entre la vida citadina y la vida de campo, su acontecer cotidiano se vio enriquecido con vivencias propias de quienes todavía disfrutan del contacto con la flora y la fauna de sus alrededores, estas imágenes quedaron grabadas en su mente, y hoy a través de su temática, nos comparte ese mundo natural que persiste de manera vívida tanto en su memoria como en su sensibilidad artística.

En el trabajo de este grabador confluyen tres fuentes de inspiración principales, su historia personal y su relación con el entorno rural, su interés en el pasado precolombino en general y en particular el asentado en los códices Florentino, el Telleriano y  el  Azcatitlan, en los que se acotan de manera visual y escrita la fauna y flora característica de la región lacustre en México, y su investigación de carácter experimental en las piezas de madera recicladas.

Desde un punto de vista técnico, las piezas pertenecientes a la serie “El señor de los canales” son el resultado del reciclaje de viejas maderas de uso industrial,  mismas que ya presentan la impronta de la tarea ardua: Santiago las toma laceradas, quemadas, llenas de cicatrices y en sus manos deviene   un diálogo fino y sutil con el material; lo analiza, lo entiende, aprovecha los accidentes de su superficie y lo convierte en objeto de su imaginación para acometerlo con las gubias de manera precisa y delicada.

No deja de asombrarnos como lejos de representar un obstáculo para la creatividad artística la utilización de un material burdo, de desecho,  por el contrario para este artista representa la oportunidad de resignificarlo, dándole un fuerte carácter expresivo. Recordemos que la historia del arte vanguardista comenzó a advertir la potencialidad artística de objetos y materiales que para un arte tradicional era inimaginable vislumbrarlos como partícipes de un lenguaje artístico; de manera congruente, Santiago conoce la lección de la historia, la asimila y prosigue investigando sus alcances.

En lo particular, me parecen muy afortunadas sus piezas de formatos circulares pertenecientes precisamente a la serie “El señor de los canales”.

Desde un punto de vista temático la elección de este animal acuático, emblemático de la zona lacustre de nuestro país, posee un rico significado ancestral ya que se encuentran referencias del ajolote en la mitología azteca como la advocación acuática del dios Xólotl (en náhuatl: atl, “agua” y xolotl, “monstruo”) y quien es el  hermano gemelo de Quetzalcóatl, sin embargo, Xolotl es monstruoso y es perseguido para ser objeto de sacrificio, huye en repetidas ocasiones, mismas en las que se transforma en varios seres, su última metamorfosis es precisamente la de axolotl.

Animal enigmático de formas excéntricas y que inspiró de tal suerte a Julio Cortázar que le mereció un cuento dedicado a ellos,  en el que nos relata como la presencia de los ajolotes le fascinan y le generan los siguientes pensamientos:

 Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor…Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl  una conciencia inexistente.”

A diferencia de Cortázar y muy por el contrario, para el grabador en cuestión, los ajolotes, los señores de los canales, le sugieren no ya seres inexpresivos de piedra mensajeros de dolor, ni le resultan su propia conciencia inexistente, lejos de ello, dentro del imaginario de Santiago son reinventados como seres  dinámicos que fluyen con el líquido en el que viven, el formato circular le imprime mayor  movimiento a sus composiciones y son el testimonio de un pasado glorioso que ante todo celebra la vida.

Por otro lado, los códices como eje de experimentación, originalmente tenían como objetivo primordial dar testimonio de un mundo hasta entonces desconocido, buscaban transmitir un conocimiento, esta tarea no excluyó el sello estético de quien representó la fauna y flora;  para nuestro artista no pasa inadvertida esa carga estética y bajo su mirada y sus manos la iconografía contenida en los códices  se renueva y se reinventa en un juego lúdico con las formas  del pasado y lo contemporáneo.

La obra de Santiago Ortega es una reafirmación de la vida, su gráfica nos llama a reparar en la belleza, la fuerza y la vitalidad de nuestro pasado histórico, natural y cultural y nos exhorta a reconciliarlo con un presente vulnerado por el absurdo de la estupidez humana.

“Incisiones en la memoria de Santiago Ortega”

Las vivencias de la infancia suelen permanecer tercamente. A veces somos conscientes de ellas, pero casi siempre se guardan en los estratos más profundos de nuestra memoria, actuando desde ahí todo el tiempo y sin que podamos controlarlas. A lo largo de los años, con distintas estrategias nos acercamos a esas vivencias para intentar olvidarlas o para atarnos más a ellas.

Mirando los grabados de Santiago Ortega, y escuchándolo decir que con sus imágenes “va construyendo una memoria gráfica”, corroboro lo anterior. En su obra aparecen motivos zoomórficos que provienen de dos fuentes para él entrañables: su pasado individual y el pasado prehispánico de toda una colectividad. De la primera brotan las imágenes de ajolotes, peces y ranas, así como de ocelotes y mariposas -seres del agua, de la tierra y del aire, en los que podemos apreciar distintas etapas de la metamorfosis. Y de la segunda provienen las representaciones de esos seres vivos en libros prehispánicos o en piezas escultóricas y relieves, imágenes pertenecientes a una realidad cultural que hoy parece volver a la vida. Así Santiago Ortega nos presenta imágenes en donde confluyen la memoria privada y la memoria pública. Éste es uno de los privilegios que distinguen a los auténticos artistas.

Grabar es incidir sobre una superficie lisa, dejando ahí huellas más o menos permanentes. Así como el artista incide sobre la madera o sobre el linóleo, las memorias individuales – en complejas combinaciones – constituyen una memoria colectiva que a su vez incide en la formación de nuestras personalidades individuales y de nuestras instituciones sociales. Quizá por eso Santiago incorpora a sus imágenes la espiral: forma recurrente que baja a lo más profundo y sube a lo más elevado; forma sin principio ni fin, como nuestras memorias.

Santiago Ortega afirma que ya no lo acosa ningún dilema sobre si loa labor artística “debe” ser comprometida o no. Ahora asume sin problemas que su primer compromiso es con su producción como grabador.
Mediante esta labor ha retomado la cosmología prehispánica, traduciendo algunos motivos centrales de ésta a las estampas que nos presenta. Por ejemplo, la imagen de Tláloc aparecía insistentemente en algunas de sus obras anteriores. Y en esta ocasión recrea motivos más universales que no se ligan a ninguna mitología específica. Pero, a pesar de estar arraigados en la experiencia estrictamente individual del grabador, esos motivos se insertan en la experiencia colectiva que compartimos todos.

Apreciemos en lo que vale la honestidad de este artista maduro que, adoptando una actitud infantil, da forma física a sus recuerdos.

Fernando Zamora Águila Octubre de 2008

J. Jesús Martínez 2007

“Brechas de luz”

Sobre la mesa, navajas, gubias y un trozo de triplay de buena madera. Con el ánimo dispuesto el Maestro grabador Santiago Ortega Hernández se prepara para ejercer su cotidiano oficio. Con emoción de iniciar una nueva imagen en una superficie natural de cedro rojo, caoba o ayacahuite, va a incidir dejando su huella. Abrirá caminos, surcos, brechas de luz sobre las atmósferas creadas, y entre sombras aparecerán formas animales, vegetales, minerales, de los infinitos reinos de la santa naturaleza. Con gran paciencia construirá dejando oscuridades, agregando claridades, afinando los trazos.
Silencio…

El grabador está inmerso en su universo, está encontrando la realidad que existe en la profundidad de uno mismo. Mientras sus herramientas danzan sobre la superficie vegetal, en el espacio que semeja un océano embravecido, se impone labrar y copiar esas olas, pasando un rodillo entintado sobre ellas.
Hay momentos en que el tiempo parece que no cuenta. Finalmente, la pieza está terminada, hay que imprimirla en hermoso papel de algodón hecho a mano.
Así llega a su fin la faena.
Vámonos en paz, mañana será otro día.

Presencia en medios

Jueves 7 de mayo de 2015.
Programa: El Arte de Juzgar.
Amena plática entre el Magistrado Juan Manuel Sánchez Macías Sala Regional Xalapa y Santiago Ortega Hernández, pintor.
Objetivo: Conversar y analizar con expertos el panorama general de la economía de las artes en México, así como estrategias de emprendimiento e integración de artistas en introducción